El sistema de salud que sostenemos cultural y económicamente contempla el estado de salud de una persona como la ausencia de síntomas o enfermedades, pero según la teoría salutogénica nuestro estado de salud depende de la capacidad continua de transformar procesos heterostáticos en homeostáticos.
Vivimos situaciones de exposición constante al estrés que por sí solas no son las responsables de nuestros malestares. Nuestra capacidad de reacción y de adaptación, y el significado que le damos a los acontecimientos, son los que determinan nuestra salud o enfermedad. Los factores estresantes resultan salutogénicos y vitalizantes si van acompañados de recursos personales y apoyo muy intensos.
Las experiencias difíciles, negativas, las enfermedades o la debilidad, como las entendemos tradicionalmente, son compatibles con una vida plena cuando reforzamos nuestros recursos reactivos. El hecho de no percibir los acontecimientos como un castigo o no vivirlos con culpa, y de aprovechar la coyuntura para desarrollar una serie de recursos propios, ya tiene un efecto positivo sobre nuestra salud porque nos hace proactivos, comprometidos y autoprotectores, y la situación nos afecta menos negativamente, convirtiendo la enfermedad en un desafío más que en un acontecimiento adverso.
De esta teoría surje un nuevo concepto de asistencia e investigación, no solo opuesto al de la patogénesis, que se centra en evitar el sufrimiento o la enfermedad (el patógeno), sino ampliado al estilo de vida y al ambiente social, y pone el foco en cómo generar, mantener y restablecer la salud. Implica el descubrimiento y uso de fuentes de salud propias, y esto requiere que cada uno pensemos y nos impliquemos activamente en la búsqueda de nuestro bienestar. Entiende la salud y la enfermedad como un continuum, e indaga en aquellos casos (la mayoría) en los que las personas, en presencia de condiciones adversas, no enferman y permanecen sanas. Es un modelo basado en la sostenibilidad de la especie humana o modelo biosocioecológico.
La teoría salutogénica se adapta perfectamente a la maternidad porque las capacidades de afrontamiento se crean en el periodo perinatal y, sobre todo, en los primeros años de vida. Ser madre, traer al mundo a un hijo, atenderlo y ayudarle a crecer, comporta un estrés fisiológico para el cuerpo y la mente regulado por la prolactina y facilitado por la oxitocina y las endorfinas, potencialmente salutogénico y vitalizante. Además, la salutofisiología propia del embarazo ofrece a la mujer una oportunidad fabulosa de reforzar sus recursos generales de resistencia. Este proceso puede ser patogénico si las capacidades de afrontamiento de la mujer son insuficientes o son inhibidas. Los recursos, aunque son innatos, pueden reforzarse en este momento sensible, y aquí entrarían en juego el sistema sanitario y la sociedad en conjunto. ¡Tenemos un nuevo trabajo por delante!
Sofia González Salgado